La salud mental de los más jóvenes, un desafío ignorado

5 may. 2022

La salud mental de los más jóvenes, un desafío ignorado

Tiempo estimado de lectura: 5 minutos

La salud mental de los jóvenes en Latinoamérica y el Caribe está en crisis, y la pandemia hizo que esa crisis se profundizara. La combinación del estigma que existe en gran parte de la región sobre el abordaje de las afecciones mentales, sumado al aislamiento y las tensiones económicas y sociales por COVID agravaron seriamente un problema que no es nuevo. 

La pandemia creó la tormenta perfecta de turbulencia emocional. Las familias experimentaron mucho estrés; la educación virtual, el miedo a enfermarse y sentirse aislados fueron detonantes del aumento de la ansiedad y la depresión en los adolescentes. 

La prevalencia de afecciones de salud mental en América Latina y el Caribe es ahora del 7% en menores de entre 10 y 14 años y del 8% entre los 15 y 19 años. En números es impactante: 3.3 millones de niñas y 4 millones de niños en el primer grupo, y 4.3 millones de mujeres y 4.2 millones de varones en el segundo sufren alguna forma de trastorno mental.  El suicidio es la tercera causa de muerte entre los  adolescentes de 15 a 19 años (6 por cada 100,000 muertes), según el informe de Unicef sobre la infancia, 2021. 

En la región, la ansiedad y la depresión representan el 50% de las afecciones de salud mental entre los 10 a 19 años.  Esta cifra, claro está, se basa en casos de jóvenes que recibieron un diagnóstico o que al menos fueron tratados en algún momento en el sistema de salud, pero deja fuera lo que los expertos llaman “la brecha silenciosa”, esos miles de jóvenes que transitan una etapa crítica de la vida, como es el paso a la adultez, sin diagnóstico y sin una terapia o tratamiento necesarios para un desarrollo personal y social pleno. 

La ansiedad y la depresión también son los trastornos más prevalentes entre los adultos, lo cual subraya la importancia del diagnóstico y tratamiento tempranos. Los trastornos mentales, neurológicos y por consumo de sustancias representan alrededor del 20 % de la carga total de discapacidad y ocupan el segundo lugar entre las enfermedades crónicas no transmisibles (por ejemplo, enfermedades cardiovasculares, diabetes). 

Algo más que tristeza y soledad

La pandemia de COVID-19 cambió radicalmente la vida de los jóvenes de todo el mundo. Cuando las escuelas cerraron, los adolescentes, que dependen cada vez más de las relaciones con sus compañeros a medida que maduran, se quedaron aislados.  

El proyecto Activamente, Red Informativa por la Salud Mental hizo un seguimiento de la salud mental de 750 jóvenes en Colombia, Ecuador y Argentina, en el primer año de la pandemia, y detectó un aumento de los síntomas de ansiedad, depresión, tristeza, angustia, desesperanza, impotencia, soledad y miedo vinculados a las crisis generadas por el coronavirus. 

En 1990, la Declaración de Caracas, un acuerdo firmado por los países de las Américas, se propuso el objetivo de promover el respeto y los derechos humanos de las personas con afecciones mentales. Sin embargo, a más de tres décadas de ese compromiso, no se ha avanzado mucho: en 2019, la brecha de atención seguía dejando fuera al 73.5% de los pacientes adultos y al 82.2% de los menores de edad 

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Mientras los Estados Unidos y Canadá destinan cada uno una media de 193.50 dólares en programas de 

salud mental y atención médica, los países del Caribe no latino destinan una media de cerca de 24 dólares per cápita, y la mayoría de los países de las regiones de América Central y América del Sur invierte 1.00 y 2.30 dólares per cápita, respectivamente, según el informe La salud mental en América Latina y el Caribe 

Estos números prueban que todavía se considera a la salud mental como un tema secundario de la atención médica, evidenciando una negación tanto a nivel social como institucional. 

La falta de una estrategia a nivel continental, nacional y local, genera un conflicto y una crisis que ha aumentado con el tiempo. El estigma suma riesgo a esta bomba de tiempo emocional. 

La afección mental entre los jóvenes sigue sin abordarse.  Y el estigma sobre la salud mental no replica la disparidad social o económica: existe en todo nivel. Múltiples investigaciones han analizado los prejuicios y la reacción frente al problema de salud mental y se ha encontrado que, en general se cree que: 

  1. La persona con una afección mental es más violenta o proclive a actuar de manera errática
  2. No es capaz de mejorar
  3. No puede realizar tareas, como estudiar o trabajar, de manera normal

Este prejuicio hacia la salud mental existe a nivel mundial.  De hecho, el uso peyorativo de la expresión “está loco o loca” en el lenguaje cotidiano, revela un estigma profundo en cada aspecto de nuestra vida, incluyendo el lenguaje.   

Curiosamente, uno de los rasgos que definen de manera positiva a las comunidades latinas, ese profundo sentido de familia, puede ser un factor negativo a la hora de hablar de salud mental. Varios estudios han observado que las familias niegan la afección mental, a menos que exista riesgo de muerte. 

La negación de los padres y cuidadores de las condiciones de salud mental de sus hijos a menudo constituye la primera barrera para el diagnóstico, la atención y el tratamiento. Si no se supera, esta barrera no solo puede tener consecuencias sociales y de desarrollo en una persona joven, sino que puede derivar en un adulto con una carga de salud mental mucho más difícil de manejar. 

Algunos autores consideran también que no se ha estudiado de manera suficiente el maltrato infantil y la negligencia. Temas como el bienestar, la calidad de vida y el manejo de emociones desde la infancia están en etapas iniciales de investigación en América Latina y el Caribe. Otros como el bullying y la discriminación no son investigados con suficiente frecuencia. Todos estos son factores que están relacionados con la salud mental.   

Por eso expertos claman por acciones concretas, que analicen no solo la epidemiología del trastorno mental en los jóvenes, sino que, con esa información en mano, se establezcan programas que apunten a acabar con el estigma y apoyar a padres y cuidadores con intervenciones que abarquen desde la consulta médica hasta la atención y el tratamiento.  

Un hecho esperanzador es que hoy las personas, sobre todo los más jóvenes, tienen un mayor conocimiento sobre los trastornos que afectan la salud mental. Un estudio publicado en diciembre último sugiere que finalmente las cosas están empezando a cambiar y que, en comparación con generaciones mayores, es menos probable que los jóvenes estigmaticen un trastorno mental.  Las redes sociales y otros medios populares han ayudado a que los jóvenes hablen sobre sus experiencias con enfermedades mentales.  

Saber y entender más sobre una afección sin duda contribuyen a la prevención y detección temprana de un problema. Pero cuando se trata de la salud mental, hay mucho más que los individuos y la sociedad en general deben hacer para seguir progresando, practicar más la empatía, la compasión y la comunicación. 

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